Por Jorge Gamal Taleb, Presidente del Frente Entrerriano Federal.
En el mes de enero, los entrerrianos hemos sido abrumados por una nueva dosis del precario e inconsistente discurso público del urribarrismo: por un lado, un coro de voces desafinadas agraviando a Jorge Busti, y por el otro la letanía monocorde y fantasiosa de las “obras públicas como nunca antes se había hecho” (cito al Ministro Bahl). Este último aspecto, es decir la diferencia entre anuncio y obra pública concretada, entre realidad y ficción, entre “decir y hacer”, ya fue refutado de un modo unánime y crudo por todas las fuerzas políticas en las últimas sesiones de la Cámara de Diputado, por lo que habré de referirme ahora a los ataques arteros de los que está siendo víctima el Dr. Busti.
El primer jalón lo clavó el Ministro Bahl al afirmar que “Sembrar el caos es el estilo de Jorge Busti y ahora ni siquiera lo disimula”, vinculándolo con las protestas de los trabajadores del IAFAS. Lo acusó también de “dinamitar” los gobiernos de Moine, Montiel y Urribarri. Enseguida se sumó el propio Gobernador en un acto oficial, de una forma más cautelosa, al reprochar la “…intención de algunos de que exista inestabilidad”. No exento de hipocresía sostuvo que no quería “meterse en el barro como algunos pretenden”. Luego vino la insoportable – por su misoginia – comparación con una mujer despechada: “Pocas conductas humanas se vuelven tan ciegas, cargadas de odio y con intenciones de dañar como el proceder de una mujer herida por el despecho”, que corrió por cuenta de Sergio Delcanto. Por último, no podía faltar la copia de los ataques del kirchnerismo a Eduardo Duhalde: “No es casual… que aparezcan focos de manifestaciones intencionadas y apadrinadas”, a cargo del Secretario General de la CGT de Villaguay, quien además agregó: “… con su accionar lo único que busca es incendiar la provincia”.
Jorge Busti respondió a estas agresiones desbocadas como lo haría cualquier persona con convicciones y credenciales democráticas: defendiendo su honor, su compromiso con el Estado de Derecho. Sin embargo, apareció una última voz destemplada, la del Ministro José Cáceres, quien fingió lamentar que Jorge Busti termine su carrera política, lo cual en las próximas elecciones demostraremos que es un mero deseo del Gobierno (y en política el peor error es confundir los deseos de uno con la incontrastable realidad), “mandando cartas documentos”. Después reiteró que las posiciones políticas del Presidente de la Cámara de Diputados le “dan asco”.
Finalmente, al Ministro Bahl, volviendo sobre sus pasos, sostuvo que sus graves acusaciones anteriores eran una mera crítica política. Olvidó que conspirar para sembrar el caos y generar inestabilidad en democracia es un hecho verificable, pasible de ser probado por quien esté genuinamente preocupado por asegurar la paz social.
Esta banalización de las propias acusaciones precedentes (todas vinculadas a acciones de desestabilización del orden democrático, nada menos), y el fingido enojo por el envío de una carta documento con el cual un dirigente intentó defender su honra, muestran en verdad cuán a la ligera el oficialismo se toma la vigencia de las instituciones (en efecto, sembrar el caos, incendiar una provincia, es algo grave), como así también desnuda la pobreza de la construcción política del discurso y la práctica urribarrista: látigo para Busti, caja para dirigentes y para finalizar las obras públicas empezadas por el exgobernador.
En realidad, los agravios no son más que un intento desesperado por posicionarse en torno del verdadero clivaje ordenador de la política entrerriana: la figura de Jorge Busti, su vigencia, su presencia indeleble en el corazón del militante peronista, el respeto y reconocimiento que le tributa toda la sociedad entrerriana.
Este es un año electoral. Estamos a tiempo para ofrecerles a los entrerrianos algo mejor que el agravio personal: contarles qué proyecto de provincia tenemos para los próximos cuatro años; debatir ideas con altura y sin agresiones (basta de alusiones a la edad y a las pastillas que hay que tomar); de qué modo vinculamos el ahorro al diseño de un sistema productivo local; cómo recuperamos la salud y la educación; la generación de empleo genuino en el sector privado; cuál es la forma de retornar a una situación fiscal equilibrada.
El deber de la dirigencia política es convertir el ágora en el espacio público donde los problemas de las personas se procesan y funden en un proyecto colectivo. Los ataques salvajes y mentirosos a una figura con tanta importancia no tienen cabida en una visión constructiva de la política y de la lucha por el poder. Los dirigentes políticos del Gobierno deberían entender que la gente está cansada de la confrontación permanente, y de que no seamos capaces de tolerarnos en el disenso y convivir. Menos aún, por lo contradictorio, cuando ellos sí fueron capaces de convivir durante más de veinte años detrás del liderazgo de Jorge Busti, hecho imposible de explicar en un discurso de ruptura y fundacional, cuyo precedente más cercano es la continuidad positiva.
