Daba la impresión que el adversario tuvo en cuenta esa frase que se inmortalizó en Entre Ríos.
Un estadio colmado, un operativo de seguridad prolija y estratégicamente organizado, mucha expectativa, ganas de cortarle el invicto y que se vuelva a repetir, de cierta manera, la hazaña de hace casi 33 años, dos equipos bien parados y un árbitro que demostró durante los 90 minutos que la imparcialidad en el mundo del fútbol no existe.
Y así, en ese contexto, el dueño de casa entró confiado a la cancha, buscando abrir el marcador, con más imprecisiones que aciertos, con actitud, con ganas de seguir haciendo historia en el Grella. Y de frente, el puntero, el que ostenta “la pasta del campeón”, un tatengue que no tuvo brillo, que no supo desequilibrar, pero que sabe de memoria cómo aprovechar y utilizar los huecos defensivos del rival.
Por eso Unión sigue siendo puntero, por un Quiroga que supo aprovechar los espacios, y si bien no generó, estaba en el momento y en el lugar indicado, por eso fue el autor de los dos goles del partido. Dos goles de otro partido, pero ya se sabe que en el fútbol no hay merecimientos.
El descuento de Patronato fue agónico, en el último suspiro de la etapa inicial, en un partido que hasta el momento, parecía prolijo, con jueces correctos y la hinchada tranquila. Y era un empate aceptable, que no llegaba a lastimar después del duro golpe de la semana pasada, ante la crema rafaelina.
El segundo tiempo, arrancó con los santafesinos defendiendo su arco, con la gente cantando y saltando, con los habitantes del palco oficial vacilando en saber cuánto valía el pase de Vásquez, entre otros, pero hasta ese momento nadie tenía en cuenta al pelado que impartía justicia en el césped.
Y después, lo irremediable, el segundo y madrugado gol, a los 6 minutos, el “despiste” del asistente Ricardo Casas que no ve la falta sobre Guzmán y la expulsión precipitada del volante, luego de una seguidilla de acciones del árbitro Mariano Gonzáles, que ayudaron para consolidar al puntero, en un partido de 12 contra 10.
Nada alcanzó. Ni los destellos de Roth y Cravero, ni los centros imprecisos de Espínola y Jara porque los tres puntos ya tenían dueño.
Molesta, da impotencia y hasta duele, pero la hinchada sigue bancando, tiene aguante, paciencia y conoce, aunque le pese, que algunos dirigentes deportivos siguen apostando a esa frase tan famosa en estas tierras: “Son todos comprables”.
