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El estilo del Presidente electo parece estar marcado por la práctica de encumbrar a ciertas personalidades y luego decapitarlas. Si el ejercicio del poder requiere crueldad, daría la impresión de que Milei está dispuesto a aplicarla
Hace poco más de un año, el Presidente electo publicó una breve autobiografía titulada El camino del libertario. En ese texto, enumera a quienes, para él, eran (¿son?) los cinco mejores economistas “de la historia argentina”: Guillermo Calvo, Alberto Benegas Lynch (h), Carlos Rodríguez, Miguel Sidrausky y Julio Olivera. Sobre el tercero, dice: “Tuve la oportunidad de conocer y luego hacerme amigo -a pesar de que nos habíamos peleado por Twitter- de Carlos Rodriguez”.
Unos días después del triunfo de La Libertad Avanza, Rodríguez le concedió una entrevista a Luis Novaresio, donde dijo que le producía “dolor de barriga” cuando veía a una pareja gay. Además de eso, advirtió contra la designación de Luis Caputo como ministro de Economía y su estrategia de financiar la transición hacia otro régimen, como tantas otras veces, con deuda externa. Luego de esa nota, explicó que ya no tenía nada que ver con Milei.
El presidente electo, rápidamente, le envió un mensaje de texto a Novaresio aclarando que Rodríguez no había renunciado a nada, sino que él lo había desplazado por sus declaraciones homofóbicas. “Alguien así no puede formar parte de mi equipo”. La cabeza de Rodríguez, uno de los “cinco mejores economistas de la historia”, había rodado, en realidad, mucho tiempo atrás. En algún momento, Milei decidió que su etapa estaba cumplida.
Ese método de encumbrar y luego decapitar al encumbrado parece marcar un estilo en el ejercicio del poder por parte del profesor Milei. El proceso puede darse, también, en sentido inverso. Patricia Bullrich puede pasar de ser una terrorista montonera asesina de niños a manejar la seguridad de todo el país. Luis Caputo se transforma en pocos años: era alguien que “se patinó de manera irresponsable 15 mil millones de dólares”, ahora vuelve a ser el Messi de las finanzas. Los destinos de las personas, y el concepto sobre ellas, cambian de manera abrupta de acuerdo al contexto.
Porque no se trató solo de Rodríguez. Hasta hace unos días, el economista Emilio Ocampo se paseaba orondo entre sus pares como el inminente artífice del milagro argentino. Ocampo fue el autor de un libro que sostenía la necesidad de dolarizar la economía argentina. Antes de que el libertario reparara en él, era un economista de modales ásperos, muy resistido por sus pares. Por un rato, Milei lo transformó en una estrella.
Días antes del triunfo, Milei anunció que sería su presidente del Banco Central. “Será el encargado de cerrarlo. Por favor, Emilio, cerralo”, dijo. Pero el balotaje transformó la carroza en calabaza. Milei dijo que Ocampo tenía una receta, que él tenía otra, y que había ciertas diferencias difíciles de conciliar. Los días de gloria de Ocampo terminaron con la misma velocidad con que había logrado el estrellato, y por decisión de la misma persona.
Los cambios en la mirada, o en la voluntad, de Milei son, además, difíciles de predecir en base a sus posicionamientos públicos previos. Durante los cuatro años de la presidencia de Mauricio Macri, Milei fue uno de los pocos economistas ortodoxos que pronosticó el desastroso final. Esa fue una de las razones que lo catapultó.
En esos tiempos, Milei realizaba una crítica muy consistente -en el sentido de que la sostuvo en el tiempo- acerca del desempeño de tres personajes: Alfonso Prat Gay, Nicolas Dujovne y Luis Caputo. Al mismo tiempo, reivindicaba el trabajo de Federico Sturzenegger al frente del Banco Central. A un periodista que le discutió esto último le gritó: “Sos un pelotudo, decís pelotudeces, voy a aplastar tu cabeza contra el piso”.
En base a estos antecedentes, sería lógico esperar que Sturzenegger condujera el Ministerio de Economía y Caputo estuviera lo más lejos posible. Lo que ocurre en estos días es exactamente lo contrario.
Quien lo desee, puede ver en todos estos movimientos una demostración del pragmatismo del Presidente electo, o de su volatilidad conceptual: es aún prematuro para definir ese debate, si es que eso alguna vez fuera posible. Lo que existe, objetivamente, es una voluntad que se impone, o que da señales -al menos- de que intentará imponerse. No se trata de alguien aterrado ante el contraste entre el desafío que se avecina y el poder real del que dispone. Al contrario, juega fuerte y sin demasiada piedad.
Esa dinámica obliga a mirar con atención una relación que es más importante que todas las anteriores. Ha pasado ya un tiempo desde esa noche en que Milei, que había quedado segundo en la primera vuelta, concurrió a la casa de Mauricio Macri, en Acassuso, para sellar el pacto que lo depositaría en la Casa Rosada. En esos días, Macri postulaba que no había cedido demasiado en ese acuerdo porque La Libertad Avanza era una fuerza “fácilmente infiltrable”. Milei se limitaba a elogiar “el gesto de grandeza histórico” del “ingeniero”.
El conflicto desatado esta semana refleja que la relación entre ambos tendrá sus grandes momentos. Milei designó a Bullrich en el Ministerio de Seguridad sin consultarlo a Macri. El ex presidente se irritó y se lo reprochó a ambos. El miércoles casi a la media noche, Bullrich le envió un mensaje de Whatsapp a Viviana Canosa para que lo leyera al aire. “Yo no me someto a Macri”, advertía la candidata que no entró a la segunda vuelta.
Macri también intentó imponer a Cristian Ritondo como presidente de la Cámara de Diputados, como una condición previa a la aprobación de las leyes requeridas por la Casa Rosada. Ritondo ya se movía como primus interpares. Pero ese lugar lo va a ocupar Martín Menem, el sobrino del ex presidente, cuyo apellido, inesperadamente, parece destinado a marcar, nuevamente, los destinos del país. Milei se mueve como quien no obedece a Macri. Cómo convivirá ese recorrido con la conocida convicción de Macri, según la cual el mundo se divide entre él y sus empleados.
Dicho sea de paso, la designación de Bullrich no solo fue un desaire a Macri sino a otra persona muy importante del entorno libertario. ¿No era la Vicepresidenta electa quien se iba a encargar directamente de las fuerzas de seguridad? ¿Cómo se habrá saldado ese proceso donde Victoria Villarruel queda reducida a su rol de jefa del Senado? Cualquiera que conoce el paño, sabe que Bullrich no es alguien que se deje manejar fácilmente. Si le hizo lo que le hizo a Macri, ¿por qué no se lo haría a Villarruel? Otra cabeza cuyo destino varía según los movimientos del pulgar presidencial.
En ese contexto, Milei da señales contundentes en la conformación de su equipo. Rodolfo Barra reemplazará a Carlos Zannini en la Procuración del Tesoro. Eso generó un pequeño escándalo cuando una agrupación llamada Foro Argentino contra el Antisemitismo -entre cuyos integrantes hay una nutrida e influyente presencia macrista- lo denunció por haber sido nazi en su adolescencia. Barra fue respaldado por la DAIA. Su explicación es atendible: son hechos de hace sesenta años.
Mucho más cerca en el tiempo, Barra fue el jurista más brillante de la mayoría automática de Carlos Menem en la Corte Suprema de Justicia. En el libro Hacer la Corte, de Horacio Verbitsky, se narra la manera en que aquel tribunal obedecía al Poder Ejecutivo, como ningún otro en los 40 años de democracia. Aquella Corte, la de Barra, se metía en causas para proteger a amigos del poder –como Mauricio Macri o el Bambino Veira-, intervenía de manera irregular para acelerar privatizaciones, eliminaba derechos laborales y sociales, protegía a los involucrados en causas de corrupción, negaba la personería jurídica a organizaciones que representaban a minorías sexuales. Su alineamiento automático con el Poder Ejecutivo dejaba el espacio libre para cualquier tropelía.
Milei también designó a Caputo como ministro de Economía. Es una señal fuerte de que la toma de deuda será una estrategia central en los primeros meses de Gobierno. Para quienes le reprochaban que Caputo es un ignorante en todo aquello que no sean cuestiones financieras, el nuevo gobierno fichó a Joaquín Cottani como secretario de Hacienda. Cottani tiene cierto prestigio como macroeconomista y fue secretario de Financiamiento cuando el ministro de Economía era Domingo Felipe Cavallo, en aquellos años en los que Barra era el hombre más influyente de la Corte. La Argentina, como se ve, está viviendo cierto revival. Lamentablemente no está Tato Bores para contarlo.
Así es, finalmente, como está por dar comienzo el cuarto intento de que las ideas de la ortodoxia económica se impongan. Antes que Milei, otras personas lo intentaron: la dupla integrada por Jorge Rafael Videla y José Alfredo Martines de Hoz, luego Carlos Menem y Domingo Cavallo, y unos años después Mauricio Macri y su equipo. Los tres casos anteriores terminaron de la misma forma: más deuda, más pobreza, más inflación.
Evidentemente, no es algo sencillo de hacer.
Un hombre de confianza de Milei explicó esta semana lo siguiente: “En la Argentina, cíclicamente, se han tratado de imponer dos recetas. Una es la receta populista. Falla porque está mal hecha. No funciona. No importa el chef que la lleve a la práctica. No va a funcionar porque la receta está mal. La otra, en cambio, puede funcionar. Pero siempre ha tenido malos chefs. Esta vez hemos encontrado el chef correcto”.
¿Será así?
Si no lo fuera, las cabezas que van a rodar a los pies del “león” serán millones, y no pertenecen al entorno del nuevo presidente, ni a ninguna otra casta.
Son esas personas que están esperando -algunas con esperanza y otras con miedo- que se ponga en marcha el experimento libertario.
Allá vamos.
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